INTRODUCCIÓN
En el Antiguo Testamento, Dios enseñó a Su pueblo a adorarle a través de las sombras de lo que habría de venir. Todo el esquema de sacrificios y adoración reflejaba la obra que el Mesías habría de realizar en un futuro y pretendía desarrollar conciencia de su dependencia de Dios, viéndolo no solo como su Salvador sino también como su Proveedor y Rey. La adoración siempre implicó que el pueblo se presentase ante el Señor con una ofrenda en sus manos (Deuteronomio 16:16); las manos vacías no fueron nunca una opción. Las ofrendas y sacrificios iban enfocados hacia el sitio que Dios había escogido: primero, el tabernáculo de reunión y luego, el templo en Jerusalén y eran dedicadas a operar todo el sistema religioso que afirmaba la relación del pueblo con Dios.
Pero cuando Jesús se encuentra con la mujer samaritana (Juan 4:20-24), no condena la práctica de los judíos hasta el momento ni tampoco condena la de los samaritanos, sino que afirma un nuevo tiempo de Dios en el que el lugar deja de tener el valor que había tenido hasta ese momento porque ahora el Mesías se había hecho presente y Su Reino ahora está en medio nuestro.
IMPLICACIONES EN CUANTO AL DAR
Si bien ya hemos visto otras implicaciones espirituales de ese llamado a adorar al Señor en espíritu y en verdad, hoy nos enfocamos en otras de esas áreas que, pareciera convertirse en un escollo para muchos creyentes: el dar a Dios. Abraham practicó el diezmo siglos antes de la entrega de la Ley al pueblo de Israel (Génesis 14:17-20) y los hebreos fueron llamados a diezmar de todos los bienes que Dios les daba como provisión de Su parte (Números 18:20-29). Pero a pesar de que la Iglesia del Siglo I estaba constituida mayormente por no judíos, el único pasaje en el Nuevo Testamento en el que se menciona al diezmo es en el llamado de atención del Señor a los fariseos (Mateo 23:23).
Cuando se desató la persecución de los creyentes por causa de Esteban, los creyentes dejaron de reunirse en el templo y lo hicieron solo en sus casas. Abrazaron la Gran Comisión como cosa de todos los creyentes por lo que la razón original del diezmo, el sostén de la clase sacerdotal quedó invalidado. Pero esto no significa que la adoración deja de reflejar que Dios es el dueño y proveedor de todo y que, al honrarlo con nuestros bienes, simplemente le adoramos. Ya nuestros diezmos y ofrendas no están dirigidos a mantener un sistema religioso, sino más bien a llevar adelante la obra de Dios en todas las naciones en preparación para la segunda venida del Señor.
Si el pueblo de Israel fue fiel adorando a Dios en base a la sombra de lo que Dios nos ha revelado hoy, hoy somos más deudores que ellos. El diezmo es lo mínimo que podemos dar ya que éste refleja una proporcionalidad en función de la manera en que Dios nos ha prosperado. La Iglesia Cuadrangular abrazó desde su inicio el diezmo como la forma de sostener y proyectar la obra del Reino. Sin embargo, al igual que el antiguo Israel, no nos limitamos al diezmo, sino que también damos ofrendas según el Señor nos guía. De hecho, si algo caracterizó a la Iglesia del Primer Siglo fue su dar sacrificial (2 Corintios 8:1-4), algo que se nota en la acción de gracias de Pablo con respecto a Filipos (Filipenses 4:15-18). El abrazo del diezmo hoy no se hace desde una perspectiva legalista, sino como una base desde la cual el creyente puede aprender a dar para la obra de Dios.
Y cuando hablamos de la obra de Dios, jamás debemos pensar que es lo único en lo que debemos invertir los recursos que Dios pone en nuestras manos. También nos toca ser solidarios hacia quienes menos tienen y sufren (Proverbios 19:17, 11:25, Lucas 3:11). Israel fue instruido a ayudar al pobre, a las viudas y al extranjero, como personas vulnerables en la sociedad y esto quedó modelado en la Iglesia del Siglo I, comenzando con los apóstoles que se aseguraban de que los más vulnerables fuesen atendidos en la iglesia de Jerusalén y, posteriormente, en respuesta a ese ejemplo, con la ofrenda recogida por Pablo para los hermanos en Jerusalén. Pero también queda claro de que la Iglesia aprendió a apoyar la obra del Reino, en lo que respecta a sus obreros e iniciativas. La iglesia en Antioquía comisionó y envió a Pablo y a Bernabé. El texto no dice que la iglesia proveyese financieramente para ellos, pero es difícil imaginar que no les apoyasen.
CONCLUSIÓN
Es fundamental darnos cuenta de que Dios NO necesita absolutamente nada de parte nuestra ya que Él es el dueño de todos los recursos que pudiesen ser necesarios (Hageo 2:8). En otras palabras, Él se encargaría de proveer, por los medios que fuesen necesarios, para la obra que necesitaban llevar a cabo. Lo mismo es cierto hoy, por lo que necesitamos reconocer también que al dar a Dios y en Su nombre a otros, lo que el Señor busca es una expresión de adoración rendida y sacrificial que permita a otros ver Su gracia a través nuestro, ya sea potenciando el avance de la obra directa del reino de Dios o a través de mostrar Su amor ante la necesidad del quien la padece y abrir la puerta a que le conozcan. La pregunta es, ¿adoraremos a Dios con nuestros bienes o limitaremos nuestra adoración a compartimientos que no demanden de nosotros sacrificio?
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
Colosenses 3:23-24 Tuit