INTRODUCCIÓN. Las palabras del Señor a Moisés nos sirven también a nosotros hoy. Esas palabras de seguridad tienen que ver más con Dios y su naturaleza que con nosotros y la nuestra (2 Ti. 2:13). Es garantía de que Su presencia estará siempre disponible a pesar de nuestra infidelidad, si nos acercarnos a Él arrepentidos (Dn. 9:9-10a), evitando tener nuestras conciencias cauterizadas (1 Ti. 4:2). Examinemos el contexto de esa promesa de Dios a Moisés.
LA PROMESA A MOISÉS
Éxodo 33:12-13 narra cómo Moisés, preocupado porque el Señor no acompañaría al pueblo de Israel hacia Canaán debido a su pecaminosidad y rebeldía—queriendo evitar tener que destruirlos—emplaza al Señor y apela a su relación con Él. El Señor había dicho que Moisés contaba con Su agrado. Moisés le recuerda al Señor dos cosas: (a) Que solo Su compañía le permitiría conocerle a fondo y seguir gozando de Su favor al poder obedecer con claridad Sus mandamientos y directrices; y (b) Que Israel, a pesar de todo, seguía siendo Su pueblo, al que había sacado con brazo fuerte de Egipto.
Éxodo 33:14 nos da la respuesta del Señor, que animó al Caudillo. La garantía de que Él estaría con él y le daría descanso, prosperando su camino. Es la relación de Dios con Moisés lo que propicia el acompañamiento de Israel por parte del Señor. Moisés se había colocado en la brecha entre Dios y su nación (Ez. 22:30), lo que Dios sigue buscando hoy para reconstruir una muralla de justicia que resguarde al país (Jn. 10:10).
En Éxodo 33:17, el Señor confirma que Su pacto es con un siervo fiel que aboga por su pueblo, a pesar de reconocer su desvío y rebeldía. El favor de Dios a través del sacrificio de Jesús es lo que necesitamos (Ef. 5:1-7). Así, nos acercamos a Su Trono para recibir Su provisión (He. 4:16).
En Éxodo 33:18, leemos sobre la reacción de Moisés ante la respuesta del Señor. Esto muestra el corazón de un siervo de Dios que no se conforma con lo ya vivido junto al Señor, sino que quiere más (Fil. 3:12-14). Le pide al Señor mostrarle Su presencia, para hallar fortaleza e intimidad. Hoy podemos buscar ese secreto de una vida con propósito: la intimidad con Dios que nos permita discernir la voluntad divina.
TOMANDO PASOS ACORDES. Adoptemos una postura similar a la de Moisés, dispuestos a obedecer al Señor, mantener una relación íntima con Él, y servir como modelos a otros. Un paso práctico es el de administrar cosas en la vida personal y el ministerio. Un mayordomo (gr.: oikonomos) hace todo lo necesario para administrar los bienes de otro de acuerdo a la forma en que el dueño quiere: (a) Administrador de bienes (Lc. 16:2-3); (b) Administradores de misterios (1 Co. 4:1); (c) Administradores de Dios (Tito 1:7); y (d) Administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pe. 4:10). La palabra mayordomo describe básicamente una responsabilidad delegada: (a) No somos los dueños (Hch. 17:25); (b) Dios, el creador, es el dueño (Mt. 25:14). Al crear Dios al hombre le ordenó administrar la creación (Gn. 1:27-29); y (c) Un día vamos a dar cuentas a Dios por nuestra mayordomía (Ro. 14:12). Somos servidores llamados a administrar recursos que Él ha puesto en nuestras manos. Así le honramos de corazón, llegándole a conocer más en Su fidelidad y provisión. Entre mejor administramos lo que nos da, más provisión y multiplicación veremos. Los más beneficiados somos nosotros al estar en primera fila.
CONCLUSIÓN. Al igual que Moisés, nos toca ejercer un liderazgo y discernir que la clave del éxito tengamos no radica en nosotros mismos, sino en la presencia misma de Dios. Pero ese liderazgo implica obediencia y modelaje—que, por la gracia divina, podemos ejercitar. Reconozcamos en todo momento que solo somos mayordomos y que TODO le pertenece al Señor y solo Él merece la gloria y la alabanza.
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
Colosenses 3:23-24 Tuit